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María Bayo Foto: @David Ruano
María Bayo
Foto: @David Ruano

Mundoclasico: “Cristales: un mirador, una voz y un tarro”

Este artículo fue publicado en www.mundoclasico.com el 07/10/2014

Joseba Lopezortega

Bilbao, 26/09/2014. Euskalduna Jauregia. Leioa Kantika Korala (Basilio Astúlez, director). María Bayo, soprano. Orquesta Sinfónica de Euskadi. Rumon Gamba, director. Francisco Ibañez: Juegos de otoño. Jesús Guridi: Seis canciones castellanas (orquestación de Edward Freitag). P. I. Chaikovski: Sinfonía número 3 en re mayor. Aforo: 2164. Ocupación: rozando el lleno.

 

La Orquesta Sinfónica de Euskadi inauguraba su temporada de abono 2014-2015 con este concierto en Bilbao, que era también el primero que el nuevo director general de la orquesta, Oriol Roch, presenciaba en la villa en su nueva responsabilidad al frente de la OSE. Roch conocía bien el auditorio de las distintas visitas al festival “Musika, Música” con la Real Filharmonia, pero no es lo mismo un festival maratoniano que el abono de una temporada. Lo cierto es que, en buena medida por la presencia de un coro tan popular y reconocido en el feudo bilbaíno como Kantika Korala y ofreciéndose también en el programa la presencia de María Bayo, el auditorio del Euskalduna Jauregia, que es enorme y delata los asientos libres como un beso de Judas, lucía espléndido y rozaba el lleno, y el ambiente era excelente y diría que bondadoso.

La obra que abría la temporada de la OSE, Juegos de otoño estaba contenida en el primer disco grabado por Kantika Korala hace ya 11 años, en 2003, y de hecho dio título a aquella edición. Resultó francamente notable el empeño colectivo puesto en juego en el enorme auditorio del Euskalduna para que la obra luciera al máximo sus calidades. Juegos de otoño, que en el inicio de un ciclo de conciertos pareciera programada para inyectar aires de celebración, de obertura festiva, resultó muy redonda y bien mostrada en la batuta de Gamba, y evidenció su belleza y su fuerte capacidad evocadora: pues Juegos de otoño no es tanto lo que los niños y niñas hacen en el parque, sino lo que años después de ser niños recuerdan que hacían en el parque. Ya no son niños, ni niñas, ni esta es una obra festiva, sino que es como mirar a los niños que juegan al “que te pillo” a través de un mirador maduro y sereno, y no desde el corazón del propio parque o patio de juegos, no desde el seno de la propia infancia. A esta visión en perspectiva, a este grito nostálgico, a este canto por momentos furioso por la imposibilidad de regresar al –hipotético- paraíso infantil, contribuyó quizá positivamente que Kantika Korala ofrece unas voces que no son en absoluto blancas, sino jóvenes y femeninas, y ya poseídas por el color, aunque no tanto como la vistosa vestimenta de las coralistas. Bien, tanto la obra como el coro habían dejado atrás la infancia en estos Juegos de otoño de la OSE, que el público ovacionó merecidamente.

María Bayo cantaba a continuación las Seis canciones castellanas de Guridi. Se tiende, de forma lógica, a reconocer el dominio de Bayo en un repertorio alejado del compositor vasco, pero una cosa es que sea referencia en Rossini o Mozart y otra distinta que no sepa cantar y muy bien estilos diferentes que, de hecho, conoce y domina. Algunas de las canciones de este ciclo de Guridi las tiene grabadas Bayo en disco (“Canciones españolas”, 2002) con el pianista Malcolm Martineau, y sin duda son canciones que conoce perfectamente, y en las que se desenvuelve con una elogiable soltura. Las cantó con belleza y gran vitalidad, bien concertada por Rumon Gamba. Bayo es una de esas intérpretes que, aún en concierto, convierte el canto en expresión de una escena dramatizada, de una representación, atrayendo la atención del público: canta con el cuerpo, con el gesto, crea una atmósfera cómplice y suple así, con clase, cierta inconsistencia en los graves, al tiempo que enmarca perfectamente a Guridi en la delicadísima textura de sus agudos. Íntima y profunda en “Llámale con el pañuelo”, y con la orquesta completamente plegada a su servicio en la maravillosa “Cómo quieres que adivine”, mantuvo al público magnetizado con un ciclo de canciones que no es ni fácil, ni frecuente, ni particularmente grato. Una interpretación notable.

En el descanso sucedieron varias cosas, la principal que una pequeña parte del público desertó. Abro paréntesis: afortunadamente en esa pequeña fracción de fugados estaba una dama que había aprovechado la primera parte del programa para poner al día en el teléfono su agenda de trabajo, sus contactos, su galería de fotos y el correo atrasado. Protestamos contra la evidente contaminación sonora que implica un tono de llamada, pero la contaminación lumínica de un móvil resulta tan molesta o más, porque interfiere completamente en la imprescindible componente visual del concierto y perturba la audición. Por la zona dormitaban como pajarillos aletargados azafatos y azafatas, que no cayeron en cuenta. Cierro paréntesis.

En el descanso sucedió también, y principalmente, que aguardaba para la segunda parte una sinfonía ingrata, áspera, incómoda. No hace falta ser un buen director como Rumon Gamba para convertir la Tercera de Chaikovski en una obra enjundiosa y atractiva, hace falta ser un Prometeo. Gamba no lo es. Se conocía en Bilbao al maestro inglés por su presencia en la temporada 2002-2003 de la Orquesta Sinfónica de Bilbao, en la que dirigió un programa con obras de Prokofiev, Michael Tippet y Benjamin Britten. Esforzado, generoso y comprometido, muy físico y de gesto algo ampuloso, Gamba peleaba a brazo partido contra al menos dos elementos: la propia sinfonía, que nos hace preguntarnos qué venturoso cataclismo se produjo en la vida del compositor ruso entre sus sinfonías número 3 y 4, y las características del Euskalduna, que no son las ideales para esta obra. En el primer movimiento, que alterna delicadeza y potencia, las dinámicas eran devoradas por el cubicaje de la sala. Tampoco lucía la partitura de Chaikovski como tal, ciertamente. Aunque reconocible en las maderas y en algunos pasajes de la cuerda, el Chaikovski de la Tercera está encerrado en un tarro de cristal, es indeciso, no ha optado por su camino, por ese relato posterior tan decididamente personal que sin embargo tiene aquí raíces y simientes. Rumon Gamba, conduciendo correctamente a la OSE, dibujó perfectamente el tarro de cristal, pero no lo rompió. Quizá en el Andante, un movimiento bello e intenso, la orquesta aleteó mas libre y gozosa por entre las butacas del auditorio, y Gamba también pareció disfrutar más, pero en el complejo Scherzo se volvió a evidenciar que la Tercera no es la sinfonía que se espera de Chaikovski, sino la música que esta esperando la llegada de Chaikovski. Ya en el Finale, con la OSE volcada de manera encomiable, Gamba dejó claro por qué esta sinfonía es tan poco interpretada: no parece perseguir una intención, es resbaladiza y posee mucho más interés que atractivo. El final fue apoteósico, y provocó una acogida cálida. En esto poco ha cambiado el público desde 1875: lo sabía Chaikovski y lo saben todos los directores. Gamba echó el resto y el público ovacionó con prontitud, generosidad y yo diría que también agradecimiento: fin y a por otra.

La OSE no mostró fisuras, al contrario: se presentó a un buen nivel general, con unas maderas de gran calidad y un concertino merecedor del mayor reconocimiento. Cabe esperar de la temporada de esta orquesta vasca un muy buen rendimiento, y para ello disfrutará de oportunidades y empeños más atractivos que este programa que en su conjunto demostró ser, máxime para abrir temporada, cuanto menos peculiar.

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