Bilbao, jueves 26 de septiembre de 2024. Teatro Arriaga. Carmina Burana. Espectáculo de la Fura dels Baus a partir de la cantata escénica compuesta por Carl Orff (Múnich, 10 de julio de 1895 – Múnich, 29 de marzo de 1982) sobre textos de la colección de poemas del mismo nombre. La obra se estrenó el 8 de junio de 1937 en la Alte Oper de Fráncfort del Meno.
César Belda, director. Amparo Navarro, soprano. Rajiv Cerezo, barítono. Adrián Espada, contratenor. Raquel Cruz, actriz. Sara Rapado y Yerim Jung, solistas de la introducción. Orquesta: Mikhaylo Studyonov y Alexander Zavalin, pianos. Cristina Santirso, flauta. Andrés Felipe Arroyo y Camilo Andrés Álvarez, contrabajo. Alba Rocio Morejón, timpani. Armando Capilla, Eleazar José Higuera, Borja Llimerá, Alba Rocio Morejón, Maria de las Viñas y Jan Cibej, percusión Coro: Patricia Medina, Lucía Pernía y Macarena Portilla, sopranos. Sara Rapado, Zhanna Vanat, Claudia Ximena García, Olga Guseva y Claudia Sierra, mezzos. Javier Lassaleta, Carlos Jiménez, Fernando Fuego y Victor Trueba, tenores. Alejandro Francisco Guillén y Jonatan de Dios Adán, barítonos. Jorge Martín, Adrián Bernal y Pedro Pablo Oliva, bajos. Olaia Cabezas, regiduría. Ernest Porcar, dirección técnica. Alberto Fernández, Luis Miguel Rabanillo y Lucas Muñoz, maquinaria. Artur Gavalda, iluminación. Adrián Galones, sonido. Ivan León, video. Kantia Cañestro, caracterización. Paloma Sacaluga, sastrería. Carmen Márquez, dirección de producción artística. Agencia Camera y Som Produce, producción. Francesc Prat y Juanjo River, producción ejecutiva.
JUAN CARLOS MURILLO
Carmina Burana es el nombre en latín que se dio a la colección de cantos recopilados durante los siglos XII y XIII descubierta en 1803 en la Abadía de Benediktbeuern (Bura Sancti Benedicti en latín) en Baviera (Alemania), y de la que Carl Orff seleccionó los veinticuatro poemas que dieron forma a su famosa cantata en la que se ensalza el deseo de vivir y la pasión por los placeres terrenales, por el amor y por el goce de la naturaleza, y que contiene abundantes elementos de crítica y sátira de los estamentos de poder de la época.
Orff subtituló su composición Cantiones profanæ cantoribus et choris cantandæ comitantibus instrumentis atque imaginibus magicis (Canciones profanas para cantantes y coros para ser cantadas junto a instrumentos e imágenes mágicas).
Vuelve a Bilbao la producción estrenada en 2009 en la Quincena Musical de San Sebastián y representada con anterioridad en el Teatro Arriaga en 2018, con el mismo espíritu, en una puesta en escena llena de referencias al teatro y la música de la antigua Grecia, y, por ende, al abigarrado y dionisíaco barroco operístico europeo, en la que aspectos como la relevante participación del coro, las apariciones de los personajes, a modo de jocosos deus ex machina, sobre las estructuras, o la utilización de artilugios como tanques o grúas llenan una propuesta que es, ante todo, teatral.
La Fura hace gala una vez más de su teatro de contacto, de su capacidad de realizar propuestas escénicas multidisciplinares, con un abordaje netamente orgánico, lleno de imaginación y de morbo -morbo simbólico y de bajo perfil en este caso- del hecho teatral, que es ante todo ritual y provocación para la reflexión y para la experiencia, a través de efectistas y efectivas instalaciones y del uso del lenguaje y de los elementos escénicos reforzados por cautivadoras proyecciones de alto impacto visual.
Una representación, llena de remembranzas y atavismos, que suscitó desde el primer momento la entrega y la complicidad del público. Una propuesta escénica coherente tanto con la intención expresada por el compositor muniqués como con su estilo musical neoclásico y su búsqueda de la elementare Musik o música elemental, primitiva.
La producción se inicia mostrándonos una imagen de la rueda de la Fortuna sobre la piel de una mujer que comienza a desvestirse. Rueda de la Fortuna en la que está basada gran parte de la estructura compositiva de la obra y que abre y cierra la cantata original a la que se han añadido cuatro piezas del director, Cesar Belda, a modo de obertura.
Cuatro piezas, musicalmente muy pegadas al estilo de la obra original y a sus referencias, que nos muestran el contexto y delimitan el marco en el que se va a desarrollar la obra: la exaltación del carpe diem, la exhortación a aprovechar el presente ante la certeza de la fugacidad del tiempo, como elemento de búsqueda de identidad y autodeterminación frente a ese día de la ira, esa destrucción final a la que parecemos eternamente abocados.
En la producción se amalgaman música y elementos puramente visuales y escénicos con otros más orgánicos y tangibles, como el líquido que se vierte sobre el público en el momento de la vendimia, una interpelación para que nos impliquemos, nos mojemos, en la consecución de nuestros deseos, o los aromas que se van difundiendo en la sala a medida que se desarrollan las diferentes temáticas sobre el escenario. En definitiva, una experiencia que implica la concurrencia de todos nuestros sentidos.
En lo musical, nos encontramos con una versión de cámara de la cantata, adaptada a un espacio pequeño, alla napoletana, como el del Teatro Arriaga, lo que confiere a la producción un carácter cercano y casi familiar.
César Belda dirige un conjunto necesariamente limitado, aunque suficiente, que realizó una versión perfectamente sincronizada y armonizada con el devenir escénico y que, aunque deba recurrir a la sonorización para asegurar el dramatismo y la grandeza requeridos por la planificación original de la cantata, mantiene la musicalidad primigenia en la que son tan fundamentales el ritmo y las dinámicas requeridas por el autor.
Un espectáculo, lleno de momentos en los que se propicia la complicidad del público, más allá de la interacción del barítono en Ego sum Abbas, con un lenguaje teatral que fue innovador en los inicios de la compañía y que forma parte desde entonces de nuestros códigos compartidos.
Brillante actuación del coro en su papel de articulador, sostén, comentarista y guía a lo largo de toda la representación. Dieciséis voces muy empastadas, que muestran, bajo la dirección de Belda, gran soltura vocal y escénica, logrando un gran resultado sonoro y un buen equilibrio con las voces solistas.
Excelente ejecución de Cristina Santirso, flauta, desde su entrada a través del patio de butacas, en la que se nos introduce en un entorno sugerente, lleno de remembranzas del Stravinsky temprano, el más debussiano.
Los solistas, como elementos clave y puntos de inflexión a lo largo de la obra, aportaron el dramatismo, la sátira y el histrionismo requeridos en cada momento, dotando de expresión y credibilidad a los textos, y mostrando un gran dominio del fraseo y de las dinámicas.
Son especialmente dignos de mención el barítono, Rajiv Cerezo, que se movió con comodidad en una tesitura que requiere amplitud, profundidad y versatilidad vocales, y la soprano, Amparo Navarro, que mostró una voz plena y un excelente fraseo, aportando en cada momento toda la credibilidad y la presencia escénica necesarias a la transmisión de los textos.
El resultado fue una entrañable velada, en un teatro familiar, ocupado en su práctica totalidad por una generación anterior a las que se vienen clasificando a partir de las últimas letras del diccionario.
Un reencuentro con la archiconocida obra de Carl Orff desde la reivindicación del carpe diem y de la autodeterminación, la personal en este caso, como forma de empoderamiento y ruptura. Una obra que propició, y lo sigue haciendo aún, muchos despertares. Una tarde de disfrute compartido en torno a una obra y a un lenguaje musical y teatral que forman parte de nuestra historia.