
Donostia / San Sebastián, sábado 9 de agosto de 2025. Auditorio Kursaal. Versión de concierto de Amaya, drama lírico en tres actos y epílogo con música de Jesús Guridi (1886-1961) y libreto en castellano de José María Arroita-Jauregui, traducido al euskera por José de Arrue, basado en la novela Amaya o los vascos en el siglo VIII (1879) de Francisco Navarro Villoslada. La obra se estrenó en el Teatro Coliseo Albia de Bilbao el 22 de mayo de 1920.
Arantza Ezenarro (Amaya), Guillen Munguía (Teodosio), Marifé Nogales (Amagoya), Juan Laborería (Asier / Ermitaño / Caballero), Lucía Gómez (Plácida / Olalla), José Manuel Díaz (Miguel / Mensajero), Luken Munguira (Un criado / Pastor 1 / Uchin), Julen García (Un escudero / Pastor 2), Darío Maya (Un anciano), Ainhoa López de Munain (Una voz).
Euskadiko Orkestra. Dirección musical, Diego Martin-Etxebarria. Easo Abesbatza. Director del coro, Gorka Miranda.
Donostiako Musika Hamabostaldia / Quincena Musical de San Sebastián. 86.ª edición.
JUAN CARLOS MURILLO
Había muchos aspectos que hacían de esta función un evento histórico, un histórico reencuentro con la Amaya de Jesús Guridi, su gran drama lírico compuesto a partir de la novela homónima publicada en 1879 por el escritor navarro Francisco Villoslada.
Por un lado, el concierto constituía el debut de Amaya en la historia de la Quincena Musical, una conmemoración pospuesta del centenario de su estreno, el 22 de mayo de 1920 en el Coliseo Albia de Bilbao por la Sociedad Coral de Bilbao y la Orquesta Sinfónica de Barcelona bajo la dirección de Lamote de Grignon, que no había podido celebrarse a causa de las limitaciones impuestas por la pandemia.
Despertaba, asimismo, gran expectación la recuperación de una partitura poco interpretada, menos representada y apenas grabada, a pesar de ser una pieza crucial en la obra del compositor y en el acervo de la música vasca en general. De hecho, la única grabación íntegra existente es la realizada en 1998 de una versión de concierto en el teatro Arriaga de Bilbao bajo la batuta de Theo Alcántara.
Una expectación y un interés que se vieron recompensados por una gran versión, cuidada, clara y precisa, interpretada por la Euskadiko Orquestra Sinfonikoa bajo la impecable batuta de Diego Martín-Etxebarria. Un hecho que de por sí ya constituye un hito, al habernos permitido disfrutar en toda su extensión de la imponente partitura del maestro gasteiztarra.
Son muchas las comparaciones que se han querido establecer entre la obra de Guridi y la de otros compositores tardorrománticos. Heredero evidente de algunos y muy relacionado con buena parte del nacionalismo musical de su época, encontramos una vez más, y por encima de todo, su gran dominio de la orquestación en una obra compleja que demanda grandes recursos orquestales. Una composición densa, de evidente carácter sinfónico en la que explora la arquitectura y el lenguaje musical para conseguir una expresión y una sonoridad propias.
Una obra de intensa expresividad en la que desarrolla una amplia gama de emociones, como el amor o la venganza, sin dejar de lado aspectos más filosóficos y existenciales, como el deber, la culpa o el perdón. Elementos presentes no solo en el libreto, sino también, y de manera muy señalada, en la partitura.
Guridi nos muestra, una vez más, su profundo conocimiento de la música tradicional vasca, usada en este caso como medio, como elemento sustancial de la paleta temática, y su maestría en la utilización de las capas sonoras, en las que combina melodía, armonía, ritmo y timbre, más allá del uso del tema como célula generativa o mero elemento narrativo, para crear texturas sonoras ricas y complejas que desembocan en un paisaje, un universo musical propio a través del que avanza la trama, en una sucesión de escenas en las que las voces expresan las emociones y la experiencia interior de los personajes.
Diego Martín-Etxebarria realizó una excelente lectura de la partitura en una versión hermosa y potente, decididamente sinfónica, precisa, clara y bien interpretada por la Euskadiko Orquestra Sinfonikoa, muy acorde con la emoción y el drama presentes en la obra, a pesar de que hubo momentos en los que el trabajo de los cantantes quedó opacado por tutti fortísimos en los que la caja acústica del Kursaal se reveló insuficiente para contener todo el volumen proyectado por la orquesta.
Los cantantes y el coro sobresalieron a un gran nivel transmitiendo con claridad y sentido la trama y el texto, en la versión en euskera realizada por José de Arrue, además de enfrentarse con gran solvencia a las más que evidentes dificultades presentes en la partitura.
Ambos protagonistas, la soprano Arantza Ezenarro y el tenor Guillen Munguía, abordaron sus roles de importante exigencia vocal y dramática con pericia, entrega y considerable expresividad.
Arantza Ezenarro consiguió hacerse con el personaje de la princesa Amaya, un rol que sobre el papel parecería requerir una voz con mayor cuerpo, más próxima al registro spinto. En la escena inicial, al igual que su compañera, la mezzosoprano Marifé Nogales, quedó ensombrecida ante el predominio de la orquesta, pero pronto comenzó a despuntar, especialmente en las partes más líricas de su personaje, como el Aitorrek eriotz aldian del primer acto o el expresivo Umetxotatik aitak Amagoiaz lagata del segundo, en el que destacó, además, en los dúos con el barítono y el tenor y en la escena de la boda, para terminar de redondear su papel en sus intervenciones del complejo e intenso epílogo, hasta su última invocación, Ekatza juan zan… Aintza Jaunari!
Gillen Munguía encarnó un excelente Teodosio, un rol de gran exigencia para tenor lírico que requiere potencia vocal y capacidad para transmitir todo el dramatismo y la oscuridad del protagonista, casi siempre presente en escena. Un personaje obligado a transitar continuamente por el registro agudo en el que supo desenvolverse con homogeneidad, proyección y presencia vocal. Destacó en sus intervenciones en solitario, A! Itz gozo estitzu oien bare dan atsegina!, Kutzuge, garbi dau bera, o Behin bakarrik Erromatik nentorrela, así como en los dúos con Amaya, las dos importantes escenas con el barítono y en el conjunto final.
La mezzosoprano Marifé Nogales fue quizá la más perjudicada por la potencia orquestal que se impuso a las voces en más de una ocasión. Compuso una Amagoya llena de expresión, destacando en las partes más líricas y transmitiendo la autoridad requerida por la hija de Aitor, aunque no terminó de imponerse en los momentos más graves y oscuros de su personaje. Tuvo momentos de gran expresividad y emoción, como su reacción ante el mensajero, la escena con Amaya y las intervenciones en torno al plenilunio del primer acto, o su participación en el segundo, en el que maldice a la protagonista y al linaje de Jaureguía.
El barítono Juan Laborería se desempeñó con solvencia en su papel del malvado e intrigante Asier y mostró homogeneidad y buena línea vocal a lo largo de sus intervenciones, destacando en los dúos con Amaya del segundo acto y en sus dos escenas con el tenor, como intrigante ermitaño en el tercer acto y como arrepentido caballero en el epílogo, papel que abordó con gran emoción y expresividad.
Es necesario destacar a los dos excelentes secundarios: José Manuel Díaz y Lucía Gómez. El barítono bilbaíno acometió con plenitud vocal, excelente proyección y convincente expresión sus dos personajes, destacando en sus intervenciones como mensajero e interpretando un Miguel lleno de energía, Sartu, sartu aizkidiak!, y emoción, Ames txar bat. Muy bien, también, la mezzosoprano Lucía Gómez que interpretó a Plácida, madre de Teodosio, en el segundo acto y a Olalla en el epílogo, personajes que abordó con gran presencia vocal, buena proyección y excelente línea.
Luken Munguira, Julen García, Darío Maya y Ainhoa López de Munain terminaron de redondear el elenco con buen hacer y gran acierto en sus intervenciones, entre las que cabría destacar el breve, pero emotivo canto Lelo il da! que aviva las dudas de Teodosio en el tercer acto.
Easo Abesbatza cumplió con creces con el importante papel encomendado por el compositor que, una vez más, otorga al coro la responsabilidad de las partes vocales más dulces y populares en su función de pueblo, observador y narrador. La formación coral se hizo cargo junto con la orquesta de algunos de los momentos más destacados y reconocibles de la partitura: Zer berri ote dakaz albistari orrek?, Begira ara zein bikotx ederra! …, o Aralar mendi tontorrian, en el caso de la primera, o las destacadas partes orquestales como el lírico pasaje del plenilunio, la vibrante ezpatadantza o el dramático intermedio sinfónico del tercer acto, en el de la segunda.
Un concierto histórico, una conmemoración necesaria de una gran obra de Jesús Guridi y una apuesta encomiable por talentos locales de gran nivel, que aportaron todo el contenido y todo el sentimiento que la partitura y el libreto demandaban.