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Eliahu Inbal. Foto: captura de Youtube, vídeo de la OSG

 

Mundoclasico: “Inbal en Bilbao: deslumbrante equilibrio”

Joseba Lopezortega /

 

Bilbao, jueves 16 de febrero de 2017. Euskalduna Jauregia. Orquesta Sinfónica de Bilbao. Director: Eliahu Inbal. Gustav Mahler: Sinfonía nº 7 en mi menor. Aforo: 2164. Ocupación: 50%

La número 7 era la única sinfonía de Mahler que no había interpretado la Sinfónica de Bilbao en su ya larga historia. Venía pues a culminar ese gran ciclo sinfónico, toda una simbólica asignatura pendiente para una formación que en este repertorio ha tenido el privilegio de tener a Juanjo Mena y Günter Neuhold entre sus últimos maestros titulares, y que en la temporada anterior había ofrecido una número 6 excelente de la mano de Giancarlo Guerrero, uno de esos maestros que uno ansía volver a disfrutar y cuya labor en Nashville atrae la atención.

Eliahu Inbal en el podio era una elección segura. Conoce la obra de Mahler hasta la extenuación y tiene oficio para lograr que una buena orquesta con margen de progreso, como la BOS, se muestre en la calidad que podría tener si recorriera ese margen -y lo consolidara-. Esta orquesta vasca respira cómoda en este repertorio, se siente comprometida y retada, y rinde mucho mejor que en partituras más trilladas, y el público lo percibe y lo premia. Del lado de Inbal, el mérito de hacer amigable una número 7 a la que se adorna frecuentemente con adjetivos ingratos -difícil, como poco-, y hacerlo a través de una versión sólida y muy elaborada. El jerosolimitano es un maestro con un deslumbrante equilibrio entre vigor y serenidad, pujanza y temple. Está magnífico.

Quizá en tiempos más boyantes el maestro hubiera dispuesto de un régimen de ensayos más amplio, pero supongo que el dinero es lo que también en estas artes -y lides- impone las verdades del barquero. Lo cierto es que el inicio del primer movimiento, el Langsam, delató algunas pequeñas dudas e imprecisiones. Admirables el trabajo del bombardino en su solo y la capacidad y el temple de Inbal para guiar a los músicos hasta borrar esas dudas. Regresé el viernes 17 a escuchar sólo ese primer movimiento de nuevo -no podía quedarme más, y me escabullí desde una última fila- y fue excelente de principio a fin, de ahí mi referencia a los ensayos. Creo que es lícito pedir al lector que acepte quedarse con esa sensación de un excelente primer movimiento, pues se logró.

Por lo demás Inbal hizo un movimiento completamente en su estilo, con la clase con la que los grandes maestros son capaces de expresar su propia misma visión sin repetirse, y con la venerable y madura insolencia con que se permiten el acercamiento a partituras que, como esta, permanecen orgullosamente estancas respecto a los prejuicios que cada uno pueda tener acerca de cómo debe sonar una obra. Aquí no caben apriorismos: Inbal es un intérprete, y como tal subraya algunas cosas y despacha otras, elaborando timbres y estableciendo ritmos de forma consustancial a su labor, y manteniendo en todo momento la coherencia interna de la obra de acuerdo a una indudable y coherente visión de conjunto. Es mucho, mucho más que lo que recientemente he escuchado a otros maestros y orquestas en este mismo repertorio, porque en este caso la personalidad no se superpone a la obra, sino que está a su servicio. Lo que siempre me ha parecido fascinante de Inbal es, en ese sentido y aceptando que pueda parecer una boutade, su relativa invisibilidad sobre el podio, su servicio a la música, su no divismo -pese a su sonoro canto-.

Regresando al jueves, la primera Nachtmusik fue impecable, sin efectismos pero con toda su poderosa capacidad de burla y denuncia de la realidad como mero retrato, como reino de las apariencias, quizá como espejismo. En ese descreimiento, en esa densa desesperanza burlesca convergen, y no en una anécdota de rango formal, la retratística de Rembrandt en La ronda nocturna y la Séptima de Mahler, e Inbal resulta un perfecto relator de esa denuncia, permitiendo que todo transite ante el oyente. La Sinfónica de Bilbao ya iba a piñón, asentada en una de esas veladas que infunden toda la esperanza y la fuerza en su capacidad y su poder. El Scherzo discurrió en perfecta alineación con esta primera música nocturna, convertido a su vez en retrato y paráfrasis de Viena y sus valses, con las cuerdas en una de sus más elevadas prestaciones y con las maderas de la BOS, siempre poderosas, en un plano de excelencia. De rigor destacar el trabajo del oboe solista, magnífico.

De la mano de Inbal la segunda Nachtmusik fue un gran ejercicio orquestal, con unos equilibrios y unas dinámicas deliciosas, remansadas, y al mismo tiempo tensas, casi furiosas, prestas a declarar que también lo bucólico es inconsistente e impuro, que paz y alegría no son ni más relevantes ni más luminosas que el esfuerzo o la noche. Maravilloso movimiento este Nocturno, puro descreimiento y renuncia, y maravillosa la sencillez con la que el maestro lo abría y lo mostraba: cuando se hace así, al igual que sucede en toda la sinfonía, este Andante amoroso es hermoso y asequible para cualquier audiencia, y había un gran guía en el podio conduciendo a través de tantos y tan sutiles claroscuros.

El Rondo-Finale ha producido mucha literatura, y tiene tela para coser muchas palabras más. Se impone de una forma categórica como como presencia sólida, como una materia casi orgánica, y es una estancia amplia que realmente se puede pintar de tantos colores como se quiera. Su coherencia -o no-con el resto de la obra y con el conjunto de la música del compositor es tanta como quiera admitirse o argumentarse. Es pues abierto y democrático, expuesto a toda clase de pareceres, y de ahí que se discuta en términos de franca controversia. Personalmente esas aproximaciones no me interesan demasiado. Diría que a Inbal tampoco. Es música, y música es lo que sonaba en el auditorio, y el amplio movimiento olvidó o evocó, negó o afirmó, construyó o destruyó lo que a cada uno se le avino, pero fue magnífico, con unos planos sonoros y una claridad y meticulosidad impresionantes. El público lo percibió así, y supo reconocer que había asistido a un concierto grande con una orquesta grande, un gran maestro y una sinfonía plenamente accesible y sencillamente bella.

Bella.

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